Le habían aumentado el sueldo, la Jimenita había aceptado casarse con él, se había encontrado un billete de 100 pesos en su camino a casa al medio día, en fin, el día había resultado maravilloso y no cabía en su cuerpo tanta felicidad. La noche estaba fresca así que decidió celebrar su buena estrella con una caminata nocturna de esas que tanto le gustaban. A solo cinco cuadras de su casa, en la plaza del pueblo, estaban instalados varios puestecillos de comida, una pequeña rueda de la fortuna y junto a ella una mesa rodeada de gente de donde provenían unos gritos ininteligibles. Se abrió paso entre la multitud y se encontró con el merolico: un señor bigotudo y algo obeso, y frente a él varias cartas de lotería. Sintiéndose con suerte y dejándose llevar por una corazonada apostó el billete de 100 a una carta en particular, el merolico comenzó a "cantar". Iba por la cuarta carta, ni un fallo, cada vez se sentía más emocionado, para la novena carta, tanto el merolico como los demás jugadores estaban impactados por el suceso nunca antes visto; todas las figuras seguidas, y la excitación en él era notablemente visible. La onceava, solamente le faltaba una, el merolico "canta", el hombre grita -¡lotería!- y cae fulminado. Un ataque al corazón -dijo el doctor del pueblo-. No debió escoger la carta donde están juntos corazón y muerte -dijo el merolico-, es bien sabido que es de mala suerte.
Ana Cruces.
viernes, 30 de abril de 2010
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