jueves, 28 de abril de 2011

Pecador

Creía que la lluvia le lavaba los pecados, que los arrastraba por toda su piel hasta llegar a la punta de los dedos de sus pies y luego al suelo. No creía en el agua bendita que a su parecer eran artilugios de los curas. Creía solo en la lluvia que provenía directamente del cielo.

En las temporadas de sequía la pasaba muy mal, nada le consolaba y pasaba largos ratos escapulario en mano. Intentaba no hablar con nadie para no cometer ningún error, ser bueno, para no tener nunca que bajar escaleras hacia el infierno. Aunque parecía extraño, a sus vecinos y conocidos les parecían íntimos actos de contricción espiritual.

Desesperado decidió buscar una solución, y una tarde después de mucho pensar se le ocurrió una idea. Esperó pacientemente el período de lluvias y con cada chaparrón colocaba varios trastes y cubetas de diferentes tamaños y materiales. Cada recipiente que poseía lo utilizaba para recolectar cada gota. Así guardaba agua para todo el año.

Para hacer más cómodos sus baños, extrajo toda el agua contenida en el depósito de agua potable, y derramó en él todos los recipientes. De tal manera de su regadera y de todas las llaves de su casa saldría siempre el preciado líquido. Cuidaba mucho de no utilizarlo para otra cosa que no fueran sus regaderazos vespertinos.

Con la confianza de que siempre tenía a su disposición agua del cielo, sentía que podía pecar a su gusto, de pensamiento, palabra, obra y omisión. Los períodos de encierro se acabaron y dio rienda suelta a, como dicen por ahí, las más bajas pasiones. Recorrió y rompió, casi sin darse cuenta, todo el decálogo sagrado.

Al poco tiempo comenzaron a salirle muchas ronchas, cada vez más grandes, y sus baños eran cada vez más concienzudos, intentaba borrarse los pecados que estaba seguro se habían convertido en esas manchas invasoras de su piel. Todos los baños eran en vano. Crecían en tamaño y supuraban, y era víctima de terribles calores.

La vergüenza le impidió pedir ayuda a sus vecinos. Se sentía y se veía como un monstruo, colorado y acezante. Su reflejo en el espejo le parecía el de un... ¡un demonio!. Estaba seguro de que algo había fallado, de que por alguna razón el agua ya no limpiaba sus pecados, tal vez habían sido demasiados. Se había transformado en lo que siempre supo que realmente era.

viernes, 22 de octubre de 2010

Stereogram

Sírveme un jaibolito


En las reuniones familiares, como las que se dan en los cumpleaños o las navidades, siempre hay un tío o abuelo que no puede concebir la velada sin una buena bebida espirituosa, como pude ser un jaibol bien preparado, es decir, una bebida consistente en un licor mezclado con agua, soda o algún refresco que se sirve en vaso largo y con hielo.

Realmente el nombre de la bebida proviene del vaso en el que es servido, que es el Highball, un vaso alto, largo, fino y no demasiado estrechos. Es uno de los más utilizados en coctelería para realizar "tragos largos"  su capacidad es de 8, 10 o 12 onzas aproximadamente. Entonces el jaibol puede ser de cualquier licor, sea güisqui, ron o algún otro,

 El término es la adaptación fonética del inglés highball, que E.U. se utiliza de igual manera y con este nombre es conocido en México y Centroamérica lo que en España suele llamarse combinado o pelotazo pues en vez de adoptar la voz inglesa cambiando sólo su grafía, la traduce. (que sirve por igual para una copa de licor que para un vaso de kalimotxo).

Pero también conocemos algunas personas que son mucho más afectas a los cocteles o cócteles, cuyo nombre al igual que el jaibol proviene del inglés cock-tail). Bebida compuesta de una mezcla de licores a la que se añaden por lo común otros ingredientes.
se atribuye sobre todo este gusto a las mujeres, ya que su dulzura y color, por alguna razón afecta la hombría de algunos.


En su libro "El sabor de las palabras" de Anina Jimeno Jaén afirma que existen diversas versiones acerca del origen de esta curiosa palabra. Según los estado del norte de estados unidos durante la guerra de la independencia visitaban a un tabernero cuyo mayor orgullo era los gallos y decoraba los vasos con plumas de estos.

Según los estados de sur, la palabra nace de su afición a la pelea de gallos en la cual al final del duelo se entregaba al ganador además del premio, las plumas del gallo vencido. Los mexicanos no se quedan atrás y  afirman que es el nombre que se le daban a los incipientes removedores llamados colas de gallo y traducido por los inglese como cock tail.

pues como siempre muchos  siempre se disputan la paternidad de las palabras, pues quien propone, inventa una nueva palabra o término se siente siempre orgullos de su creatividad y su ingenio, como siempre cada quien se queda con la versión que mejor le parezca y dado a que no hay nada seguro respecto al origen de ciertas palabras.

jueves, 21 de octubre de 2010

1147

Recientemente decidí aprender una nueva lengua e inscribirme a clases en un instituto especializado. Cuando lo he comentado a amigos y conocidos, su reacción me ha sorprendido en demasía. La pregunta más frecuente de estas personas fue: ¿para qué?
Al intentar contestar enmudecí, me di cuenta que realmente no había una razón concreta, justificable, una razón, pues, que no me hiciera quedar a los ojos de los demás como una persona "extraña", pues no tengo planes cercanos de viajar a la región de la lengua que he aprendido ( aunque me encantaría).

Al día siguiente de esta afronta un alumno me preguntó que cuál era el objeto de estudiar literatura y qué beneficio podría traerle a él que deseaba estudiar administración de empresas. Quise contestar que le serviría en el futuro, que sería parte de la vida diaria ( justo como me decía mi maestro de matemáticas cuando le preguntaba para qué me servirían los números cuando lo que quería era estudiar letras), pero me di cuenta que podría ,tristemente, resultar una mentira, pues aparentemente la literatura en la cotidianeidad no tiene lugar.

Estas dos preguntas bomba me hicieron reflexionar acerca de algo que estoy segura nunca antes había cruzado por mi mente: acerca del conocimiento y su adquisición. Mi burda conclusión es esta: El conocimiento es visto como una utilidad cuya adquisición si no genera ganancias o satisfacciones materiales es prácticamente (o totalmente) inútil, innecesario, incluso ridículo. La adquisición de nuevos conocimientos, entonces, no es vista como alimento, como afirmara Platón, ni siquiera como el postre. El conocimiento de la lengua y la literatura debería ser caramelo, más todavía.

La decisión de estudiar esta nueva lengua fue realmente un impulso, una decisión tomada el mismo día que comenzaban las clases ¿un arranque de locura? Me gusta seguir siendo estudiante, tal vez lo buscaba inconscientemente. Pero ¿cuál es la raíz de este deseo? ¿Por qué decidí estudiar letras y no algo más "útil"? Yo misma me pregunto todavía qué quiero ser cuando sea grande y no encuentro respuesta.

De repente recuerdo a todos esos amanuenses transcribiendo día y noche e imagino que son observados por muchos ojos a través del Aleph y todos se ríen y se burlan. De repente me siento sola, bien sola.

jueves, 10 de junio de 2010

Anólalo pero no lo vayas a tragar


Todos hemos tenido, seguramente, una abuelita, tía u otro familiar que cuando llegábamos a visitarlo nos ofrecía una botana, a mi abuelita particularmente le gustaba tener siempre caramelos de miel en un frasquito, e invariablemente me ofrecía uno “para anolarlo un rato” como ella misma decía.


La palabra anolar la aprendí como se aprenden casi todas, por relación, porque aunque no sabía lo que significaba exactamente, sabía que tenía que ver con los caramelos, entre otros alimentos “anolables”, y que no debía de morderlos, masticarlos o chuparlos sino simplemente darles vueltas con la lengua.


Aunque muchos conozcan la definición exacta de la palabra yo la descubrí hasta hace poco, Francisco Javier Santamaría lo define en su Diccionario de Mejicanismos como una palabra del uso común en Yucatán que significa roer, revolver en la boca una cosa dura, chupándola , a su vez está definida por el diccionario de la RAE como roer o chupar.


Este vocablo que por su significado se presta para muchos juegos de doble sentido y albures es, como bien dice Santamaría, de uso común entre los yucatecos y si bien para las nuevas generaciones no es tan común, seguramente conocemos a alguien que utiliza esta palabra ya aceptada por la Real Academia Española.


La razón del por qué este verbo es más bien de uso común entre los yucatecos se debe a que anolar es la castellanización del verbo maya nohla, roer, y la terminación ar. No está del todo claro el origen de este verbo, pero una hipótesis de los estudiosos de la lengua afirma que existe la posibilidad de haber surgido de la onomatopeya del sonido que produce el choque de algo duro cuando se revuelve en la boca.


Sin embargo después de conocer ambas definiciones podemos observar que no son del todo correctas para explicar este verbo, pues lo anolado no es igual a lo roído ni a lo chupado, pues no se quita por partes con los dientes, y tampoco está parcialmente fuera de la boca.


Es por esto que parte de la maravilla de la palabra anolar es su exactitud, si no contáramos en nuestro repertorio con un verbo como éste, tendríamos que dar una explicación mucho más extensa cuando estuviéramos revolviendo con la lengua un caramelo dentro de nuestra boca sin sacarlo de ella hasta que se gaste.


Nos veríamos además en muchos aprietos de no contar con ella ya que hay alimentos que como bien sabemos los yucatecos, no pueden ser más que anolados, como lo son la melcocha, un hielo, las huayas, las pastillas de menta, un dulce de chamoy, el “melox”, una paleta cuando se le cae el palito…





Ana Cruces