Las lágrimas caían sobre su rostro ¿Hacerle eso a ella? debió ser la envidia, claro, siempre lucía tan perfecta y las demás no pudieron soportarlo, recibía amablemente a las clientas, era admirada por cuanta persona pasaba frente a la tienda, y en ocasiones alguna joven murmuraba en voz baja a su amiga “Ojalá a mi me quedara la ropa igual que a ella”. Ahora estaba encerrada en ese sucio lugar desde hacía ya varias horas. Se sentía despreciada, sus únicos acompañantes eran las ratas que ahí habitaban y los tristes artículos de limpieza, su situación se le antojaba conocida, pero no podía recordar de dónde. Sus pensamientos fueron interrumpidos abruptamente por el estruendo de la cortina de metal, dos hombre gordos se aproximaban a ella con miradas maliciosas
-Seguro esas vendedoras arpías los habían mandado- se decía a sí misma, parecían ignorar del todo sus gritos de terror mientras tasajeaban sus brazos y piernas, mientras la mutilaban en vida. Se fueron y al momento regresaron con otra mujer, con su último aliento la observó, se parecía a ella, pero con la piel más lozana y el cabello más brillante. Tomaron los restos del cuerpo y como piezas de rompecabezas los depositaron en una caja, así sin dejar más rastro de su delito abandonaron el lugar -Ojala así fueran las de carne y hueso- bromeaba uno al otro y se fueron a bordo de su camioneta color rosa rotulada con azul brillante: “Maniquís Dorantes”.
Ana Cruces.
martes, 9 de marzo de 2010
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Y desde su escondite lloraba...
ResponderEliminarMe recordaste a "De cartón piedra"
Bueno, me voy antes que me corras, regresaré en otra ocasión si me lo permites, a continuar mi lectura, muchas gracias!