jueves, 11 de marzo de 2010

IR AL CINE: ODISEA 2010

Apurándose a atravesar las puertas de la plaza, una pareja joven corre por los pasillos del centro comercial, sin detenerse enfrente de los aparadores, sin importar lo grande que es la cifra de las rebajas o lo nuevos que son los modelos exhibidos. Ellos tienen un destino y a pesar de ser temprano, pues todavía se distinguen los rayos del sol, están por llegar tarde a la función del cine.

En la sala se puede encontrar entre el público variedad de participantes: los cinéfilos por excelencia, los que van a ver sólo las que les gustan o han ganado un Óscar, y el resto del mundo, encabezado regularmente por un grupo de adolescentes gritones, porque hay una idea que cada día se hace más vigente y ella es que, cuando no hay absolutamente nada más qué hacer, siempre queda el cine.

Ya en sus respectivos asientos los visitantes se relajan y sienten mariposas en el estómago como esas del primer amor, con la esperanza de que la elección haya sido la correcta, y sí que fue difícil encontrar un buena alternativa entre candidatas como las típicas películas malas de terror, historias de increíbles y cursis enredos amorosos y otras mucho más exóticas acerca de perros que hablan o moscas mutantes.

Al fin, después de la espera, las luces se apagan, Manzanero se calla y el bombardeo de publicidad cesa. El ansiado filme comienza. El incisivo anuncio del celular, al parecer, no fue suficiente para los presentes pues el primer timbre telefónico hace su aparición y sólo es el anuncio de una serie intermitente de desagradables interrupciones por parte de los espectadores que han venido al cine a todo menos a ver la película.

Una mujer inconforme con los desnudos y escenas de cama de los protagonistas no es suficiente para impedir a los asistentes disfrutar del séptimo arte, pero en otro punto del cine, estratégicamente colocado y con la acústica en contra del resto del público, se encuentra un señor, que, o vio la película antes o colaboró en el guión de ésta, ya que cual moderno Nostradamus puede predecir lo que se podrá observar en pantalla en escaso minutos.

A los que parece no importarles es a los adolescentes, que al no llegar a tiempo a la película que deseaban ver, entraron a la función con horario más cercano y hacen pagar el precio de su disgusto con la situación al resto en la sala. No parece importarles, porque, al igual que aquel señor del celular y la señora autora de los comentarios que a nadie interesan, se han confabulado en contra del público que desea contemplar el filme.

Después del cuarto o quinto “shhhh” lanzado por varios integrantes del club de los que sí quieren ver la película a todos los inoportunos que no saben que en el cine no se debe de hablar, los agredidos guardan silencio. La señora se encuentra indignada por que coartaron su libertad de expresión, el hombre está molesto porque no le dejan mostrar su sabiduría en el séptimo arte, y los chiquillos mejor abandonan la sala para hacer algo más divertido.

Las luces se apagan y todos regresan de nuevo a su papel de ciudadanos correctos y educados, recorren la sala mirándose de reojo: “ese chavo era el del celular”, “groseros rapazuelos” , se escucha entre murmullos, y abandonan la sala preparados para volver un día cercano y enfrentarse de nuevo contra sus antagonistas y adversarios o considerar seriamente inscribirse a su videoclub más cercano.



Ana Cruces

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