Apurándose a atravesar las puertas de la plaza, una pareja joven corre por los pasillos del centro comercial, sin detenerse enfrente de los aparadores, sin importar lo grande que es la cifra de las rebajas o lo nuevos que son los modelos exhibidos. Ellos tienen un destino y a pesar de ser temprano, pues todavía se distinguen los rayos del sol, están por llegar tarde a la función del cine.
En la sala se puede encontrar entre el público variedad de participantes: los cinéfilos por excelencia, los que van a ver sólo las que les gustan o han ganado un Óscar, y el resto del mundo, encabezado regularmente por un grupo de adolescentes gritones, porque hay una idea que cada día se hace más vigente y ella es que, cuando no hay absolutamente nada más qué hacer, siempre queda el cine.
Ya en sus respectivos asientos los visitantes se relajan y sienten mariposas en el estómago como esas del primer amor, con la esperanza de que la elección haya sido la correcta, y sí que fue difícil encontrar un buena alternativa entre candidatas como las típicas películas malas de terror, historias de increíbles y cursis enredos amorosos y otras mucho más exóticas acerca de perros que hablan o moscas mutantes.
Al fin, después de la espera, las luces se apagan, Manzanero se calla y el bombardeo de publicidad cesa. El ansiado filme comienza. El incisivo anuncio del celular, al parecer, no fue suficiente para los presentes pues el primer timbre telefónico hace su aparición y sólo es el anuncio de una serie intermitente de desagradables interrupciones por parte de los espectadores que han venido al cine a todo menos a ver la película.
Una mujer inconforme con los desnudos y escenas de cama de los protagonistas no es suficiente para impedir a los asistentes disfrutar del séptimo arte, pero en otro punto del cine, estratégicamente colocado y con la acústica en contra del resto del público, se encuentra un señor, que, o vio la película antes o colaboró en el guión de ésta, ya que cual moderno Nostradamus puede predecir lo que se podrá observar en pantalla en escaso minutos.
A los que parece no importarles es a los adolescentes, que al no llegar a tiempo a la película que deseaban ver, entraron a la función con horario más cercano y hacen pagar el precio de su disgusto con la situación al resto en la sala. No parece importarles, porque, al igual que aquel señor del celular y la señora autora de los comentarios que a nadie interesan, se han confabulado en contra del público que desea contemplar el filme.
Después del cuarto o quinto “shhhh” lanzado por varios integrantes del club de los que sí quieren ver la película a todos los inoportunos que no saben que en el cine no se debe de hablar, los agredidos guardan silencio. La señora se encuentra indignada por que coartaron su libertad de expresión, el hombre está molesto porque no le dejan mostrar su sabiduría en el séptimo arte, y los chiquillos mejor abandonan la sala para hacer algo más divertido.
Las luces se apagan y todos regresan de nuevo a su papel de ciudadanos correctos y educados, recorren la sala mirándose de reojo: “ese chavo era el del celular”, “groseros rapazuelos” , se escucha entre murmullos, y abandonan la sala preparados para volver un día cercano y enfrentarse de nuevo contra sus antagonistas y adversarios o considerar seriamente inscribirse a su videoclub más cercano.
Ana Cruces
jueves, 11 de marzo de 2010
martes, 9 de marzo de 2010
STORAGE
Las lágrimas caían sobre su rostro ¿Hacerle eso a ella? debió ser la envidia, claro, siempre lucía tan perfecta y las demás no pudieron soportarlo, recibía amablemente a las clientas, era admirada por cuanta persona pasaba frente a la tienda, y en ocasiones alguna joven murmuraba en voz baja a su amiga “Ojalá a mi me quedara la ropa igual que a ella”. Ahora estaba encerrada en ese sucio lugar desde hacía ya varias horas. Se sentía despreciada, sus únicos acompañantes eran las ratas que ahí habitaban y los tristes artículos de limpieza, su situación se le antojaba conocida, pero no podía recordar de dónde. Sus pensamientos fueron interrumpidos abruptamente por el estruendo de la cortina de metal, dos hombre gordos se aproximaban a ella con miradas maliciosas
-Seguro esas vendedoras arpías los habían mandado- se decía a sí misma, parecían ignorar del todo sus gritos de terror mientras tasajeaban sus brazos y piernas, mientras la mutilaban en vida. Se fueron y al momento regresaron con otra mujer, con su último aliento la observó, se parecía a ella, pero con la piel más lozana y el cabello más brillante. Tomaron los restos del cuerpo y como piezas de rompecabezas los depositaron en una caja, así sin dejar más rastro de su delito abandonaron el lugar -Ojala así fueran las de carne y hueso- bromeaba uno al otro y se fueron a bordo de su camioneta color rosa rotulada con azul brillante: “Maniquís Dorantes”.
Ana Cruces.
-Seguro esas vendedoras arpías los habían mandado- se decía a sí misma, parecían ignorar del todo sus gritos de terror mientras tasajeaban sus brazos y piernas, mientras la mutilaban en vida. Se fueron y al momento regresaron con otra mujer, con su último aliento la observó, se parecía a ella, pero con la piel más lozana y el cabello más brillante. Tomaron los restos del cuerpo y como piezas de rompecabezas los depositaron en una caja, así sin dejar más rastro de su delito abandonaron el lugar -Ojala así fueran las de carne y hueso- bromeaba uno al otro y se fueron a bordo de su camioneta color rosa rotulada con azul brillante: “Maniquís Dorantes”.
Ana Cruces.
lunes, 8 de marzo de 2010
CUENTO DE BILIOTECA
Porque el relato no puede empezar de otra manera, tengo que decir que los días de mi servicio social en cierta biblioteca del ayuntamiento, han sido probablemente los peores de mi vida. No sólo se vieron frustrados mis sueños de aprender biblioteconomía de manera amateur, momento que nunca llegó, sino que en cambio me hice experta en actividades que la verdad jamás imaginé realizar. Aprendí a hacer manualidades miles, rehiletes de fomi, flores de pascua de fomi, figurines de fomi, todo de fomi. Entre otra cosas aprendí, a punta de gritos por parte de mi encargada, a morderme la lengua casi hasta sangrar para poder negar los libros caros a los niños ya que a su decir, podían romper con sus pequeñas manitas destructoras. Como olvidar mi importante desempeño como recolectora de cadáveres de lagartijas. Me hice experta también en leer mientras escuchaba en el fondo la novela de las 5 ( y la de las 6, y la de las 7, y la de las...), porque si algo no podía faltar en la biblioteca era una no tan mini y no tan portátil televisión que inundaba con su ruido el breve santuario.
Probablemente lo más divertido era el momento de la limpieza de bodega, donde pasaba cuatro horas diarias entre las cosas más increíbles, hablar de todas ellas requeriría mucho más hoja de la que estoy dispuesta a dedicarle a mis quejas, entonces sólo apuntaré lo que más me maravilló y eso fue encontrar no uno sino muchos cuchillos, de distintos tamaños y formas. ¿Cuál era el uso de esos cuchillos? no pude aguantar la curiosidad y aunque las respuestas de mi jefa siempre eran extensas cavilaciones en voz alta y preguntarle algo significaba pasar varios minutos parada escuchándolas, decidí correr el riego porque lo valía ¿o no?, sin embargo la respuesta fueron dos hombros levantados y un "sepa". Un escalofrío recorrió mi cuerpo en ese momento ¿De verdad no lo sabía o no quería compartir su secreto? ¿Acaso eran para aquellos que se atrevieran a desobedecer el letrero de "guardar silencio"? ¿Empezaría a encontrar lenguas podridas en esa misma bodega? Tengo varías teorías pero la de las lenguas cortadas era la más fuerte. Preferible no averiguarlo.
Aunque esta situación me causó verdaderos conflictos internos durante un tiempo, hoy a tres meses de haber huido muy lejos y a toda velocidad de ese sitio sólo espero poder enterrar en mi memoria esos cuchillos, esas polvosas tardes de biblioteca, esas mesas solitarias y a esas tristísimas lagartijas.
Probablemente lo más divertido era el momento de la limpieza de bodega, donde pasaba cuatro horas diarias entre las cosas más increíbles, hablar de todas ellas requeriría mucho más hoja de la que estoy dispuesta a dedicarle a mis quejas, entonces sólo apuntaré lo que más me maravilló y eso fue encontrar no uno sino muchos cuchillos, de distintos tamaños y formas. ¿Cuál era el uso de esos cuchillos? no pude aguantar la curiosidad y aunque las respuestas de mi jefa siempre eran extensas cavilaciones en voz alta y preguntarle algo significaba pasar varios minutos parada escuchándolas, decidí correr el riego porque lo valía ¿o no?, sin embargo la respuesta fueron dos hombros levantados y un "sepa". Un escalofrío recorrió mi cuerpo en ese momento ¿De verdad no lo sabía o no quería compartir su secreto? ¿Acaso eran para aquellos que se atrevieran a desobedecer el letrero de "guardar silencio"? ¿Empezaría a encontrar lenguas podridas en esa misma bodega? Tengo varías teorías pero la de las lenguas cortadas era la más fuerte. Preferible no averiguarlo.
Aunque esta situación me causó verdaderos conflictos internos durante un tiempo, hoy a tres meses de haber huido muy lejos y a toda velocidad de ese sitio sólo espero poder enterrar en mi memoria esos cuchillos, esas polvosas tardes de biblioteca, esas mesas solitarias y a esas tristísimas lagartijas.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)