Lo que más me gustaba de Laura eran sus gatos, me gustaban porque no eran como los demás, cuando les acariciabas el lomo no maullaban en señal de agradecimiento, sólo lanzaban la mirada gris del que se sabe querido. Las visitas vespertinas eran deliciosas por los gatos y su caminar discreto por la barda del jardín. Eran tres, eran una familia. La madre era hija de la gata de la tortillería, el padre hijo de una anónima gata del mercado, cada uno venÍa de una generación de gatos obreros, de gatos que luchaban día a día para ganarse el pan, y eso se notaba, aún los mayores guardaban un rastro de humildad, pero el menor que había nacido en el confort de la casa burguesa no podía ocultar su altanería, sus aires de niño de buena familia.
No habían pasado muchos días desde esa tarde de la despedida. Las tardes se volvieron mucho más aburridas. Cuando aún estaba con ella y alguna vez no podía asistir a mi cita diaria, pensaba en los gatos, en qué estarían haciendo, los mayores tal vez estarían aseándose con esa lameteo húmedo y tibio, el más pequeño tal vez estaría jugando con una bola de estambre; pero las tardes siguientes a la última visita fueron de desesperación absoluta, me parecía escuchar por momentos el eco del ronroneo constante, no podía mas que fumar un cigarro tras otro, tras otro, tras otro.
Una tarde al fin me decidí y me lancé a la calle, subí al camión y me bajé en la puerta de casa de Laura, toqué el timbre. Cuando Laura abrió la puerta y me vio aún tenía los ojos hinchados y con un pañuelo desechable se secaba las lagrimas de las mejillas. Laura se lanzó a mis brazos exclamando con alegría -¡Volviste! Desde el marco de la puerta pude observar en el pasillo a los tres gatos con sus miradas fijas, como de bienvenida, sólo pude asentir con la cabeza. Lo que más me gusta de Laura son sus gatos.
Ana Cruces G.
miércoles, 26 de mayo de 2010
martes, 18 de mayo de 2010
La presencia de la figura del gato en el cuento latinoamericano del siglo XX. El gato como espejo y compañía
El Gato es una figura mística que ha acompañada al hombre, y a la literatura casi desde el inicio de los tiempos, pero ¿por qué? La incorporación del gato a la vida del hombre del siglo XX surge de la necesidad de llenar el espacio vacío, la necesidad de sentirse acompañado, y también sentirse reflejado. El hombre se refleja en el animal. El gato es representación de sus miedos y deseos.
Cuando el prehistórico Homo Sapiens tuvo vida espiritual comenzó a sentirse pequeño y solo ante la inmensidad del universo que lo rodeaba. Sabemos que entonces el hombre dio el nombre de dioses a las poderosas fuerzas naturales que se desprendían de éste mundo. Otra vía que esta espiritualidad tomó fue hacia aquellos seres, que aunque no compartían su género ni especie, sí compartían el mismo mundo, unas veces acompañándolo, guiándolo o aún enfrentándose a él. Entonces erigió los tótems animales para inmortalizar sus imágenes.
En el caso particular de nuestro tema podría decirse que relación entre el hombre y el gato se originó hace más de seis mil años en el Antiguo Egipto, cuando se le confirió un importantísimo papel, todos los gatos en el Imperio eran propiedad del faraón. Continuando con el politeísmo heredado del neolítico, Bastet era la diosa egipcia con cabeza de gato. A ella todos los años, el 31 de octubre se le celebraba un festival en su honor.
Sin embargo, más allá del carácter sacro que los faraones les daban, el pueblo egipcio creía que los gatos traían buena suerte al hogar donde habitaban.
Llamados miu desde entonces por el sonido de su maullido, eran merecedores de los mejores cuidados y cuando morían en la casa, los miembros de la familia se rapaban las cejas en señal de luto. Y paradójicamente, en contraposición a las supercherías populares de la actualidad, los más apreciados eran los gatos negros.
A la llegada del cristianismo lo pagano quedó prohibido y lo misterioso se convirtió en maligno. Al gato no le fue muy bien en esta inquisitiva contienda y el hombre del medioevo lo asoció con la brujería. Sin embargo, la literatura muchos testimonios de que el papel del gato no se reducía a la de accesorio en aquelarres y autos de fe, por nombrar algunas obras, se le menciona en Perceval, El evangelio de la Ruecas y El bestiario de Aberdeem. En el otro lado de la Europa medieval, se gestaba el Islam, donde se sabe que el gato retornó a su lugar de compañero del hombre. El mismo profeta Mahoma relata que tenía tanto cariño a su gato Muezza que en una ocasión que el felino se durmió sobre su amplia manga, prefirió cortarla antes de despertarlo. En el Hadith (libro de los dichos del profeta) sugiere a todos los musulmanes cuidar de los gatos.
Más tarde en occidente Charles Perrault escribió el texto más conocido de este felino y que forma parte de la infancia de millones de niños: El gato con botas. Basado en escritores venecianos y napolitanos del siglo XVI describe a este cazador de ratones imprescindible en la Europa asolada por las ratas y la peste, como el errante compañero de aventuras. Más tarde sería la ineludible compañía de pícaros y pilluelos en el Siglo de Oro español, y vagabundearía en el Oliver Twist de Dickens. Aún en el psicodélico viaje de una niña perdida en lo que pudiera ser un atemorizante país de las maravillas, un gato es a la vez guía y compañero, no obstante su cínica sonrisa.
La llegada del psicoanálisis de Freud , no deja de ser parte de nuestro tema. El padre del psicoanálisis en su Introducción al narcisismo (1914) manifiesta una comparación: “el placer del hombre reside en buena parte en su narcisismo, en su complacencia consigo mismo y en su inaccesibilidad, lo mismo que el de ciertos animales que no parecen hacer caso de nosotros, como los gatos y algunos grandes carniceros” cierro cita. Y así comienza a quedar manifiesta esta parte donde el hombre se identifica más con el gato que con otro animal doméstico. El alter ego de Byron se llamaba Beppo, Baudelaire los tenía a montones corriendo entre sus papeles. No sé con certeza si fue García Lorca quién lo puso por primera vez en el pedestal de las letras hispánicas con su Canción novísima de los gatos. Borges, Cortazar, Neruda, es difícil encontrar en las letras hispánicas a un autor que no haya tenido uno o varios de estos fieles compañeros.
Sin embargo no se pretende explicar la relación entre el literato y el gato, sino como el literato refleja en sus cuentos el significado de la compañía del gato para el hombre común, particularmente para el hombre común que habita en nuestra América latina y en nuestra sociedad actual (o contemporánea).
Seleccioné tres cuentos cortos de sendos autores latinoamericanos que aunque tienen en común la presencia del gato el tratamiento que se da a él, respecto a su relación con el hombre, es diferente.
El Gato del escritor argentino H. A. Murena es un cuento donde, como consecuencia de un amor fallido, un hombre se encierra en su casa y va adquiriendo el comportamiento del gato que azarosamente llega el día en que comienza su tristeza. En él se va describiendo cómo el hombre incorpora a su vida las actitudes del gato. Lo fascinante del cuento es que, con la pretensión de ser literatura fantástica (con la sugerencia que al final el hombre se transforma en el gato), va dejando entrever que en la realidad existen actitudes entre el hombre y el felino que pueden ser equiparadas.
Lord Chichester lleva por título el cuento del escritor uruguayo Eduardo Galeano, que es el segundo de los libros con que pretendemos sustentar esa relación simbiótica con el más doméstico de los felinos. Este gato que ha perdido un ojo en batalla por el amor de la gata Milonga viene a ser adoptado por el matrimonio de Juan y Raquel. Y una noche los hace salir de la habitación con lastimeros maullidos y sin razón aparente minutos después el techo de la habitación ya vacía se desploma. Como un lugar ya común en otros autores como Allan Poe y Lovecraft, el misticismo de gato aflora en este cuento latinoamericano, pero con una mística bondadosa que se aleja de la mefistofélica imagen medieval. Expresa con su misteriosa actuación la solidaridad que le profesa a quién le da asilo y calor.
El tercer cuento se titula Un gato en el hambre del escritor mexicano Edmundo Valadés, y manifiesta con solidez el carácter de compañero del gato. La historia se recrea en un barrio pobre de la ciudad de México, y en él se retrata socialmente a la familia formada por una pareja de viejos viviendo con el único hijo quien por falta de preparación no consigue trabajo. Dentro de la narración, que describe la inhumana vida que la pobreza les deja, aparece "el Chato", el gato que llega para ser el refugio emocional del padre cada vez que se acurruca en su regazo. El desenlace narra la aparente solución cuando el hijo consigue trabajo y llega deseoso de ver la cara de felicidad del padre al darle la noticia de que ya no pasarán apuros económicos. En vez de eso, al oír la noticia, el padre susurra con una inmensa mirada de tristeza que el Chato no aparecía; el hijo lo había espantado a escobazos días antes. El hijo comprende entonces, que le había quitado al padre lo único que le daba fuerza para vivir sus miserables días y el amor de ese gato parece aún más importante que el bienestar económico.
Este cuento adapta la idiosincrasia del latino a soportar la adversidad material, pero no así, la emocional. Y es en la figura del gato en la que el autor pone toda la esperanza perdida en sus congéneres.
Estos tres escritores latinoamericanos tratan en sus textos diversos temas y distintos marcos de referencia sociocultural, pero en esta ocasión reúnen un elemento en común: el gato. Observado desde diferentes perspectivas, el gato que surge como un reflejo de sí mismo en el primer texto; como signo de misticismo demostrando su solidaridad en el relato de Galeano; y finalmente, el gato como compañero y amigo del hombre, en el último cuento.
Individualistas, territoriales, narcisistas, misteriosos, perceptivos, los gatos, han sido el centro de inspiración de muchos escritores que valiéndose de ellos y de sus virtudes, consiguen transmitir misterio, intriga y suspenso a la literatura.
Y usando la filosofía de que Dios no existe sin el hombre que lo inventó; el gato no sería el gato sin el valor que el hombre le ha conferido. El hombre lo eligió, desde luego como consecuencia de sus peculiares cualidades o características. Lo eligió de nuevo como antes, para ser su compañero, para llenar ese vacío que sus congéneres le han dejado. Encuentra en el gato el perfecto instrumento para compartir su soledad (física o emocional).
Por eso afirmo, que con la ayuda de la literatura, se demuestra que la presencia del gato en la vida del hombre ha sido el resultado de su necesidad de llenar estas soledades con su presencia.
Ana Cruces
Fuentes bibliográficas:
BORGES, Jorge Luis, Et. Al: Antología de la literatura fantástica. Editorial Sudamericana SA, Colección Debolsillo, Buenos Aires, 2008, Págs. 280-283.
FREUD, Sigmund: Introducción al narcisismo. Editorial Grijalvo, México, 1994, Págs. 84- 85.
GALEANO, Eduardo: Bocas del tiempo. Siglo XXI Editores, SA de CV, México, 2004, Pág. 45.
VALADÉS, Edmundo: La muerte tiene permiso. Fondo de Cultura Económica, México, 2004, Págs. 54-57
Fuentes virtuales:
Fragmentos de Historia de Herodoto www.scribd.com/doc/47525/Fragmentos-Historia-Herodoto
BORGES, Jorge Luis, Et. Al: Antología de la literatura fantástica. Editorial Sudamericana SA, Colección Debolsillo, Buenos Aires, 2008, Págs. 280-283.
FREUD, Sigmund: Introducción al narcisismo. Editorial Grijalvo, México, 1994, Págs. 84- 85.
GALEANO, Eduardo: Bocas del tiempo. Siglo XXI Editores, SA de CV, México, 2004, Pág. 45.
VALADÉS, Edmundo: La muerte tiene permiso. Fondo de Cultura Económica, México, 2004, Págs. 54-57
Fuentes virtuales:
Fragmentos de Historia de Herodoto www.scribd.com/doc/47525/Fragmentos-Historia-Herodoto
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